jueves, 9 de junio de 2011

¿Por una vuelta al sentido común?

He aquí un blog en el que se expone el manifiesto del catedrático Ricardo Moreno Castillo (haciendo referencia a su Panfleto Antipedagógico), profesor asociado en la Facultad de Matemáticas de la UCM, el cual defiende una educación lejos de los criterios de la pedagogía, basándose en “un ambiente de silencio, rigor y disciplina” (como él mismo comenta en una entrevista llevada a cabo por Marcos Taracido para librodenotas.com), lo cual cree suficiente para favorecer el trabajo de los “buenos estudiantes”:

http://porunavueltaalsentidocomun.blogspot.com/

Práctica de reflexión

Sugerente visión sobre el panorama educativo la de este catedrático de expectación. La preocupante acogida de su Panfleto Antipedagógico incita un cambio que irrumpe años atrás, mas no comparto, personalmente, las acciones por las que, defiende, este movimiento debe emerger:

Comenzaré por aseverar mi creencia en una educación en, desde y para el respeto a toda diversidad. En consecuencia, y partiendo de la igualdad humana (que no equidad), creo que debemos entender nuestras diferencias y aprender a respetarlas. Con esto quiero decir que, en mi humilde opinión, el respeto hacia la persona es básico, pero no que todos sus actos sean respetables. Basándome en las teorías que defiende R. Marí Ytarte, considero que debemos valorar lo que hacen las personas, en vez de centrarnos en lo que son, preocupándonos de lo que les pasa y no de quiénes son, porque no debemos hacer nada con la diversidad del otro, puesto que, ante él, nosotros somos su diversidad”. No debemos caer en el juicio moral sobre los demás.

Estamos acostumbrados a etiquetar a las personas según lo que son, de dónde vienen y a dónde van: caemos en los tópicos. Esto pasa también en el ámbito escolar, reduciendo a los estudiantes de mejores notas a sus tópicos simpáticos (niños responsables, trabajadores, inteligentes,…”buenos”) y demonizando a quienes sacan notas más bajas (niños vagos, irresponsables, pasotas,…”malos”). Y si bien es cierto, tendemos a caer en este rol, dotando a los alumnos de lugares que no les pertenecen y de los que no les es fácil escapar, asimilando su papel a interpretar. No podemos trabajar radicalizando las etiquetas, debemos valorar o juzgar las acciones individuales, no a las personas.

Por otro lado, debemos “hacer visible lo invisible”. Tenemos que preguntarnos por lo que pasa, como el por qué de que un niño no aprenda o que un alumno aprenda más o más deprisa que otro. Para ello, ya quedó explicada la metáfora del ordenador, en la que las estrategias caracterizan el software; pues bien, no todos poseemos la misma capacidad ni procesamos la información con los mismos programas ni de la misma manera. Pero ¿por qué ocurre todo esto?

A lo largo de la historia de la instrucción, se ha optado por desarrollar un aprendizaje común de cara los alumnos, entendiendo a estos como un sujeto de la educación único. Sin embargo, como sujetos individuales, ¿quién se ha parado a pensar en sus diferencias personales, así como las de todos los agentes que influyen en su particular aprendizaje?

No todos aprendemos del mismo modo, ni en el mismo espacio de tiempo, ni en las mismas circunstancias; esto se debe a la infinidad de características que envuelven a cada persona, a sus facultades, brillanteces, capacidades y sandeces, variando todas ellas, a su vez, a causa de la importante influencia de los factores que intervienen en su educación, así como los agentes que medien en la misma. La motivación, los conocimientos previos, la personalidad…según cada individuo, todo es diferente; entonces, ¿por qué nos conformamos con una educación que no atiende a esta diversidad de necesidades?

Gracias a expertos como J. Beltrán, ante esta imperante demanda, se han elaborado una serie de estrategias que son de gran utilidad para que los alumnos “aprendan a aprender”, que se dice, según sus propias necesidades particulares, posibilitando una mejora en sus capacidades individuales a la hora de abrir sus puertas al proceso de enseñanza-aprendizaje.

Como es lógico, la intencionalidad resulta un principio básico a la hora de trabajar la educación en el sentido más amplio de esta, siendo imprescindible tener en cuenta las propuestas estratégicas que intentan formar tanto a los gestores de la educación como a sus destinatarios en un bucle de aprendizaje permanente.

Es por este motivo que resulta necesario aclarar en qué consisten estas estrategias y cómo se adecuan a las actividades educativas que ofrecen maestros y profesores y realizan los alumnos de los mismos. Para ello, recomiendo la lectura de “Procesos, Estrategias y técnicas de aprendizaje”, de Jesús Beltrán Llera.

Debemos reforzar, por lo tanto, la necesidad de enseñar estrategias, no únicamente conocimientos. Y es por esto que surgen nuevos enfoques educativos en cuanto a lo que al aprendizaje y a la inteligencia se refiere.

Acerca del aprendizaje, como bien defiende Beltrán, debemos pasar del antiguo esquema de IàO (InputàOutput, o estímulo-respuesta), al IàSàO (Input-Strategies-Output,o estímulo-proceso cognitivo-respuesta). Asimismo, en lo que acontece a la inteligencia, debemos cambiar la concepción entitativa por otra de crecimiento, esto gracias a las estrategias.

Volviendo a lo que estima conveniente Ricardo Moreno, en cuanto a una nueva ley de educación que contemple los puntos que en el blog se observan, veo oportuno dar mi opinión personal al respecto:

No contemplo que el hecho de prolongar el bachillerato en el tiempo dé pie a que este sea más serio y exigente, del mismo modo que no considero que debamos hablar, por lo explicado con anterioridad, de “buenos” y “malos” estudiantes. Creo que, la mayoría de las veces, los etiquetados como “malos estudiantes” cargan a sus espaldas muchos factores (intrínsecos e/o extrínsecos) a tener en cuenta, ya que dificultan sus procesos de aprendizaje, ¿o es que tiene menos derecho a ir al colegio un niño al que no se le den bien las matemáticas, por mucho empeño que ponga en que no sea así?, ¿acaso una niña sin recursos en casa, como para comprarse una calculadora o recibir apoyo paterno, es menos merecedora de recibir educación? Y, por demás, ¿es que un niño con TDAH debe tener menos posibilidades de emprender un bachillerato?

He de plantear, además, la siguiente cuestión: ¿qué pasaría entonces con un estudiante “bueno” en la mitad de las asignaturas que cursa, pero “malo” en las restantes?, ¿tendría más derecho a cursar medio bachillerato, pero menos el otro medio? En gran parte de los casos -y esto lo sé de primera mano-, los estudiantes tienden a trabajar más o menos según las asignaturas, los profesores, las metodologías, las evaluaciones, etc., un conjunto de variables que afectan notablemente a su trabajo y aprendizaje (sí, en efecto, una de esas variables es la motivación); además, no olvidemos que los estudiantes son personas, y que las personas no somos estrictamente constantes en cuanto a nuestro rendimiento en ninguno de los ámbitos de nuestra vida (sufrimos crisis evolutivas, cometemos errores, nos afectan asuntos personales, etc.), por lo que el progreso académico no siempre refleja el esfuerzo, sino los resultados de un proceso estandarizado que se lleva imponiendo en las aulas desde hace, para muchos, demasiado tiempo. Por cierto, un “buen estudiante” que tiene un “mal año”, ¿pasa a ser de los “malos”?, si es así… ¿merece menos seguir cursando bachillerato?

Otro pequeño detalle que se puede advertir sobre el tema que acontece es si deben los padres asumir que sus hijos son “malos estudiantes” y que, por tanto, privan a los demás de aprender, debiendo menguar de esta manera su derecho de asistir a las clases. En el caso de que así fuera, ¿privarían a sus propios hijos de sus ilusiones y expectativas académico-profesionales? Y, por último, pero no menos importante, ¿quién y cómo daría la mala noticia a los padres?, ¿también los docentes?, si esto es así… ¿serían capaces los propios docentes de restringir conscientemente del aprendizaje de sus alumnos?, ¿acaso no se dedican los profesores a enseñar para que los demás aprendan?

Respecto a la vuelta de la disciplina en las aulas… ¿se refiere a castigar? En el caso de que así fuere, ¿qué tipo de castigos utilizaría?, ¿no es un poco violento imponer el aprendizaje pudiendo fomentarlo a través de técnicas especializadas que doten a los alumnos de las herramientas necesarias para llevarlo a cabo por sí mismos? No sólo debemos “aprender a aprender”, sino “aprender a enseñar”, para poder “enseñar a aprender” y así “enseñar a enseñar”.

Personalmente, creo que más daño ha hecho la puesta en práctica de métodos más basados en la experimentación animal, como es el caso del condicionamiento empleado en las instituciones totales (recomiendo visualizar el documental “Tranquility Bay”), que la pedagogía. Si bien es cierto que muchos de los profesionales que ejercen esta profesión han causado la desestimación social gracias a su poca implicación, su mal uso de los criterios, o su incumplimiento de objetivos, funciones y competencias propios, también advertimos una serie de pedagogos que promueven un trabajo en red eficaz, que facilita al resto de profesionales asesoramiento de cara a la práctica educativa, solventando muchas necesidades tanto de carácter interno (como las de los profesores, tutores o alumnos) como externo (como ejemplo a destacar, las de las familias de los alumnos).

Desde una amplia perspectiva, el trabajo en red mejora notablemente las relaciones educativas, así como promueve la participación y colaboración de los diferentes equipos a la hora de atender a las demandas educativas, facilitando la resolución de problemas que, en la práctica, sobrecargan muchas veces a los docentes.

Por tanto, estoy totalmente de acuerdo con que el cambio educativo debe darse, pero no hacia ese sentido, sino hacia uno mucho más amplio, en el que se responda a las necesidades individuales y colectivas del alumnado, partiendo de este, con y para este, apostando, al mismo tiempo, por una educación para la ciudadanía, la igualdad y la universalidad, que abogue por principios tales como la igualdad, la diversidad y la reciprocidad (notable influencia aquí reflejada por “Ética por un mundo global”, de Amelia Valcárcel).


"El sentido común es el menos común de todos los sentidos"

José García Molina


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